Un moderno buque de investigación del Schmidt Ocean Institute ha llevado por cinco semanas a investigadores provenientes de Estados Unidos, Suecia, Dinamarca, España y Chile a estudiar los seres vivos más abundantes, ubicuos y diminutos de nuestro planeta: los microorganismos.
También –de forma excepcional para este tipo de expediciones científicas– una artista ha compartido la aventura de explorar el microcosmos marino; en este caso, de una de las regiones del océano donde el oxígeno escasea. El desafío de hacer visible lo invisible es compartido.
Falkor, el dragón de la suerte de la novela Una historia sin fin, del escritor alemán Michael Ende, da nombre a la embarcación. Y tal como sucede en el libro mencionado, montamos en la espalda de este personaje que en este caso surca los océanos. Él nos llevó a sumergirnos en una historia interminable, una historia que sin ser de fantasía ha sido igualmente fascinante.
Tras zarpar desde Antofagasta, en la primera parada de la travesía frente a Iquique, nuestro dragón acuático fue rodeado por una colonia de sifonóforos que nos dio la bienvenida y que con su modo de vida de filtradores nos anunciaron lo que nos acompañaría a lo largo de toda la expedición: el filtrado de miles de litros de agua. Este medio transparente, que parece igual a simple vista, en cada gota esconde un capítulo distinto.
Este acto inaugural reveló la primera de un sinnúmero de metáforas que se fueron creando para tratar de comprender un mundo invisible y complejo que, como páginas de un libro, se abría ante nosotros.
Como todo mundo, tuvo un inicio en el que eones atrás los microorganismos fueron sus únicos protagonistas. Sobre un escenario de tonos lilas y magentas, la trama se desarrollaba sin la presencia del oxígeno. En una danza evolutiva, el momento dramático ocurre cuando las cianobacterias logran la hazaña de usar la luz solar para sintetizar materia orgánica a partir del agua y el dióxido de carbono, produciendo oxígeno molecular mediante la fotosíntesis. Este momento de tensión clave produce un cambio de giro en el guion, transformando el escenario y dando paso a una segunda parte en la cual aparecen nuevos personajes coloreando el océano, la atmósfera y los suelos de una paleta verde azulada.
Al continuar el viaje, Falkor navegó sobre un mar distinto cada día y cruzó su camino con otros titanes acuáticos, como las ballenas de aleta y piloto. Saludó también a otros seres, como peces voladores, peces luna y tortugas. Finalmente, se detuvo a conocer a unos diminutos seres dorados, invisibles a simple vista, pero actores principales de nuestra historia; alquimistas planetarios capaces de transformar los elementos químicos en biomasa y otros compuestos. Algunos de ellos, como hechiceros, producen su propia luz mediante bioluminiscencia, generando una constelación mágica en las oscuras profundidades del mar.
Tal como en los grandes mitos, la dualidad entre luz y oscuridad está presente en el océano, así como la presencia y ausencia de oxígeno. Ambas fuerzas antagónicas han sido trascendentales y, por lo mismo, han obsesionado a los científicos y artistas a bordo para tratar de comprenderlas. Afortunadamente, la historia de la ciencia y el arte, impulsada por la curiosidad humana, no tendrá desenlace y continuará siendo eternamente una historia sin fin.
Aguas que habían tomado distintos caminos confluyen bajo el programa “Artistas en el Mar” del Schmidt Ocean Institute. Dos dimensiones de la naturaleza humana, el arte y la ciencia, vuelven a reencontrarse como en Da Vinci, Humboldt y Haeckel para continuar haciendo visible lo invisible de la gran novela épica del Planeta Agua.